Los "supertasters" son personas con una sensibilidad excepcional al sabor, particularmente al amargor, que experimentan los alimentos de manera mucho más intensa que la mayoría. Esta habilidad única es resultado de factores genéticos y biológicos, como una mayor cantidad de papilas gustativas en la lengua y una variante del gen TAS2R38, que les permite detectar compuestos amargos en alimentos como el brócoli, la col, el café y algunas bebidas alcohólicas. Esta variante genética, descubierta por la psicóloga Linda Bartoshuk en los años noventa, afecta al 25% de la población, provocando que estos individuos perciban el amargor de ciertos alimentos de manera tan intensa que los eviten.
Los supertasters suelen ser más sensibles no solo al amargo, sino también al dulce y al picante, lo que influye en sus elecciones alimenticias. Factores como el sexo, la edad y la cultura también desempeñan un papel: las mujeres, por ejemplo, tienden a ser más sensibles a los sabores debido a aspectos hormonales, mientras que las personas mayores pierden esta sensibilidad con el tiempo. Además, la cultura alimentaria de cada región también afecta la tolerancia al amargor, siendo más común encontrar supertasters en Asia, donde los alimentos amargos son parte habitual de la dieta, en comparación con Europa y América.
En términos de salud, esta alta sensibilidad tiene pros y contras. Los supertasters tienden a evitar alimentos saludables y ricos en antioxidantes, como ciertas verduras, lo que puede llevarlos a consumir dietas menos equilibradas y a desarrollar deficiencias nutricionales. También es común que prefieran alimentos dulces o grasos para contrarrestar el amargor, lo que incrementa el riesgo de problemas metabólicos y obesidad. Sin embargo, su aversión al sabor amargo les hace menos propensos a consumir alcohol o tabaco, lo que beneficia su salud.
En definitiva, la ciencia revela que las variaciones en la percepción del gusto están profundamente enraizadas en nuestra genética y biología, y que ser un supertaster influye en nuestras preferencias y hábitos alimentarios, mostrando cómo una simple diferencia genética puede impactar en el bienestar y en las experiencias culinarias de cada persona.